URBANIDAD y ESTAMPIDA


He aquí una pregunta, ¿cuál es la responsabilidad de los arquitectos y urbanistas en la facilitación de estampidas sociales? En principio respondería que habría que minimizar el ego profesional.  Y la respuesta estaría condicionada a decir, mínimo, o casi nada. ¿Qué es mínimo? Hay un referente cercano, las ciudades satélites de Paris cuando ardieron durante el invierno europeo del 2005. Con un promedio de 1000 autos incendiados por día, en comparación los eventos de Londres  y las otras ciudades inglesas, son insignificantes. Allí está la respuesta, en un indicador de tumultos;  autos incendiados por día.

Se puede apreciar que hay más disponibilidad de vehículos del lado del continente que en esta isla. Por lo tanto, si los vehículos no son objeto de odio acá, si lo son tiendas y todo equipamiento que contenga bienes transables. O sea que es allí donde se focaliza la ira, hacia aquellos que poseen bienes no disponibles, que solo lo son transable con la moneda de cambio llamada violencia.

Una afirmación que escuche hace unas horas, es que todos los proyectos de regeneración urbana, traen sustanciales beneficios para las comunidades. La hipocresía radica en lo siguiente. Regeneración es una forma aceptada de limpieza social. Es limpia, porque el mercado establece precios que los locales no pueden absorber, si otros. La presión se va construyendo durante años y los ‘otros’ ganan. Es silencioso en el sentido que la idea de lo nuevo, los edificios brillantes, de formas agudas, retienen el concepto de que lo mejor está por venir. Esto representa la visión de un sector de la sociedad, aquellos que tienen la acumulación para invertir en un bien al cual muchos concurrirán y maximizaran el beneficio del primero.

Los arquitectos y urbanistas están encomiados a ser parte. Y allí hay miles de referencias sobre regeneración urbana, como una política urbana de carácter sagrado. El presidente Sarkozy respondió con su proyecto del ‘Le Grand Paris’ donde los arquitectos estrellas fueron encomiados a expandir la ‘belleza’ del centro de la ciudad a su periferia. La respuesta de los poderosos siempre fue agregar valor, de esa forma uniformiza hacia arriba. Y Paris es el caso más claro de unión entre políticos y arquitectos.

El tema central sigue siendo uno básico, que el menú de diseños disponibles coincide con los valores de un conspicuo sector de la sociedad.  Muy distinto seria una balanceada representación de respuestas en estas mentadas democracias occidentales, donde se reconozca a los ausentes. Solo así los arquitectos y urbanistas tendrían sus responsabilidades menguadas al momento de que las estampidas golpeen sus puertas. Hasta que eso suceda, las estampidas sucederán pero en lugares muy bien diseñados.

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